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Saturday, March 23, 2013

Sobre Mitología de bolsillo


Acudí con todo el deseo a la puesta en circulación del libro Mitología de bolsillo, del escritor Pedro Antonio Valdez. Sabía que, como lo justifican mi tercera lectura de El carnaval de Sodoma y la segunda de Palomos, era de gran satisfacción estar allí. Antes de terminar la actividad tenía todo el deseo de escribir, pero mi forma de evadir eso que todavía me mueve a decir algo, es recordar que de los grandes escritores, los que crean para todos los tiempos, no hay mucho que decir.  El deleite de escucharlo leyendo sus textos, escritos  en un lenguaje posmoderno, pero con una substancia de la eternidad; fruto de su gran poder creativo me introdujo en ese mundo mitológico del cual todos, de alguna forma, hemos sido víctimas, héroes o dioses.

Saben los que manejan el “eterno castigo de la escritura”, que estas líneas, escritas directamente desde un ordenador sin mouse y borrados algunos caracteres del teclado, no son suficientes para describir una obra de esa magnitud, que esto sólo ha sido una forma de deshacerme de esa fuerza  interior (perdóneme Sir. Newton) que me ha movido a hacerlo.

Por otro lado, algo me obliga a expresar el miedo que entre las hojas de cacao y de guineo aprendí a cogerles a las cámaras. Que también me enseñó mi “Yamasá’s river” (como describo la universidad de mi infancia en el lenguaje de Robert Frost) que los objetos que flotan son vanos, vacíos o putrefactos. Que si en una de esas aventuras diarias entre La Eleonora, Máyiga Guanuma o el Ozama, hubiese llegado corriendo donde mi madre (que con todo respeto, sé que desconoce los aportes del gran Arquímedes de Siracusa) a decirle que vi “La flotadora”, me respondería con el dramatismo que la caracteriza: pues está ahogada, mi hijo.

 

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